Tranquilino, sheriff de `Valencia County´

Ricardo García Moya

Hay, por suerte, valencianos que escapan del engrudo catalanero y que nadie hostiga llamándoles levantinos o catalanes. Pienso en valencianos como Tranquilino Luna, personaje que nació en 1847 en el Condado de Valencia en Nuevo México (EE.UU.). Entre vaqueros e indios del republicano condado sin conde, Tranquilino se convirtió en un personaje similar a los héroes del western, siendo ganadero y sheriff del territorio donde Ford ubicó la trama de “La diligencia”. El Condado del Valencia, fertilizado por el peliculero Río Grande, nos recuerda que los valencianos del Condado y del Reino zascandilearon entre cheyennes, kiowas y apaches mucho antes que los anglosajones. El catalanismo rehuye historias como la de Tranquilino y fray Joseph Marqués (aquel franciscano que viajaba con su india apache, la de generosas ubres, por California y hablando valenciano), prefiriendo biografías de aulladores colaboracionistas como Ovidi Monllor.

Aunque nada tiene que ver con el pueblo o “Village of Los Lunas” del Condado de Valencia, ambos nos recuerdan inconscientemente el modismo “Mos quedem a la lluna de Valencia”; frase anterior a la epopeya de los Luna en el Oeste, pues Lope de Vega ya había usado la expresión “a la luna de Valencia” en “El anzuelo de Felisa” (a. 1617). La segunda documentación del modismo -no registrada por los estudiosos-, corresponde a Castillo Solórzano en “La fantasma de Valencia” (a. 1634), poniéndola en boca del lúcido Ruzafa: “Sufra pues, le ha dexado, sin paciencia, / en Valencia, a la luna de Valencia” (p. 294). La comedia está ambientada en la playa de Valencia la noche de San Juan, sensual escenario donde Cupido asaeta damas y caballeros del Reino, mientras en el sarao se mezclan el duque de Calabria, criados, esclavas moras, uno que se hace pasar por Don Quixote, otro que “canta con carraspera” y un “musicote de Sodoma”, afeminado, que es increpado agriamente: “hijo de puta, músico del cancerbero” (p. 203). En el Grao de Valencia , “en las noches de San Juan, todos despiertos están” (p. 205).

Solorzano salpica sus comedias con citas a Mislata, Meliana, la plaça de la Olivera, etc.; pero castellaniza vocablos al ser obras pensadas para ser representadas por el Imperio. Mantiene voces como “carrer” o “murta”, pero el Micalet lo transforma en “Micalete”, respetando la denominación de “las bien labradas alquerías que el río Turia riega” (La vuelta del Ruiseñor, 1634); es decir; no las llama masías, como hace la mafia catalanera. Nacido en Tordesillas, Solorzano no nos llama levantinos o catalanes, sino valencianos; y al Reino no lo degrada a País o Levante. En 1634 no podría existir un rector como Tomás Vert, que reniega del legado idiomático y acepta sumiso que el “vert” (presente en su apellido) lo sustituyan por “verd”, obedeciendo a Cataluña. Vaya espectáculo la de este rector Vert que, sin ton ni son, suelta lo de “a mes a mes”, locución adverbial catalana que en idioma valenciano equivale a “ademés”, aunque a Vert le avergüence: “ademés de pagar lo credencier” (Establiments de la sissa de la carn, 1659); “y es cert, perque ademés” (Ballester,: Ramellet, 1667); “ademés del vestit” (Falcés: Fiestas a San Juan de Mata, 1669); “ademés deste armament” (Ros: Romans dels peixcadors, 1752); “ademés dels groguets” (Galiana: Rondalla, 1768). Incluso lo hallamos en la prosa valenciana de Azorín: “ademés, tu saps molt be...” (Azorín: Valencia, Ed. Losada, p. 79).

Las novelas de Solorzano llevaban por el Imperio recuerdos del Reino, de forma que los Luna que vivían en el Río Grande podían leer “La vuelta del Ruiseñor” (a. 1634), título alusivo al romántico lugar de encuentro de Carlos y su amada en los jardines situados tras el Palacio Real de Valencia. Don Carlos era un Borja que regresa del Pirú (piruleros o peruleros eran los peruanos), adonde acompañó al virrey (p. 158). En una fiesta valenciana, cuenta Solorzano, unas jóvenes danzan vestidas con “vaqueros de lama (sic) de oro y plata” (p. 195), y el novelista -como un Mariñas cualquiera enumera familias valencianas: los Centelles, Marrades, Boyl, Borja, etc. Junto al prólogo figura una décima de Maluenda, poeta que seis años antes, en 1628, componía endechas “en idioma valenciano” y con ortografía moderna: “choguet de crestall / milacre de sucre...”

En “La fantasma de Valencia” (femenino habitual en el XVII, “la fantasma, visión o espíritu”), el dramaturgo usa un vocablo que espoleaba a Joan Fuster: “rumfla de seis carrozas, / de alabardas, y de chuzos, / o Gran Duque de Calabria”(p. 211), y no se trata del valencianismo “rumflar”, presente en Roig (a. 1460). El de Sueca se excitaba ante cualquier fallo o despiste que le ayudará a masacrar la lengua valenciana o a sus usuarios, de ahí que su maldad le impulsara a escribir (para probar la inexistencia del poeta Mulet en el XVII), que: “voces como chuzos son históricamente inimaginables en el siglo XVII” (Fuster: Dec. p. 24). Solorzano ridiculiza al falangista de Sueca al describir el armamento de los soldados valencianos, que usaban chuzo; aunque los etimólogos catalanes y sus colegas tagamochis valencianos siguen ocultando la antigüedad de “chuço”. En otro artículo dábamos la cita de 1640 (“ab piques, chuços, espases”), pero para escarnio de Fuster, el IEC y su mascota (la AVL), hay anteriores: “prohibir també los chuços... per los molt homicidis” (Crida. Imp. Mey. any 1617). Al silenciar esta documentación que conocen, los de la academia de Ascensión podrán seguir engañando a los estudiantes valencianos, imponiendo el excremento catalán “xuixo” en lugar del valenciano chuço.

En los siglos XVIII y XIX, pese al cuente de Almansa, nadie intentaba hacernos desaparecer como pueblo, y la lengua valenciana tenía lectores incluso en el Madrid borbónico, imprimiéndose obras como “Tercera part: seguix la honrada y crítica conversació entre Nelo y Quelo. Madrid. Imp. de Manuel González, año1787”. Hoy, la mafia inmersora sustituiría “seguix” por “segueix”, “conversació” por “conversa”, Nelo por Nel-lo, etc. Un date curioso para finalizar: los valencianos de Nuevo México, siguiendo los meandros del Río Grande hacia el norte, pueden asistir a una representación de Moros y Cristianos que se celebra todos los años en Chimayó, en el mes de julio. Aquí, los del Reino, presenciamos los domingos la aplaudida comedia protagonizada por la alcaldesa Nolla que, por el Valencia CF, mordería la yugular a un gorila; pero, esta Juana de Arco del balompié, es incapaz de levantar un dedito contra la catalanización que nos humilla, igual que San Zaplana y su peana Tarancón.

Diario de Valencia 5 de Mayo de 2002