Toneladas y toneladas de flexió verbal
Por Ricardo García Moya
Las Provincias 31 de Octubre de 1998
Llegó la fecha de cobro y, ¡ticlín, ticlin!, suena la calderilla en la mente de los futuribles premiados.
Antes de la ceremonia, los "herois" inmersores se mirarán al espejo, arquearán cejas y reflexionarán sobre
qué corbata o bolso reflejará más sus profundas inquietudes sociales; o qué frase escogerán para que su
sabiduría y progresismo resplandezca sobre el olimpo de cuatribarradas, desenvolupaments y "petits
petons".
EI poder agita monedas, y el enjambre revolotea como aquellos barceloneses del XVII que -defensores de la
catalanidad poco antes- no dudaban en participar en certámenes donde tenían que manifestar "en Idioma
Castellano, y de forma agudamente expresiva, el sumo gozo por haber vuelto al dominio" del rey de
España. EI jurado de catedráticos de la Universidad de Barcelona anunciaba que, al más ingenioso, "se le
daría una calderilla" (Festivo agradecimiento, Barcelona, 1698, p. 24). Ahora, las arcas inmersoras
rebosan de calderilla para importar batallones de invitados, desde bailarines del Rajastán a prestigiosos
intelectuales como Friedländer, que disertará sobre el holocausto judío (no el palestino, creo).
Este año, la Generalidad de Cataluña ha ordenado que los actos sean en homenaje a Pompeu Fabra.
Previamente, a los centros de enseñanza valencianos Ilegó publicidad sobre el "Homenatge a Pompeu
Fabra, aniversari de la seva mort", con la consigna: "Per a nosaltres catalans, es molt més que un
gramàtic, es un reconstructor de la nostra nació" (Informatiu Generalitat de Catalunya, setembre 1998).
Quieren reconstruir lo que no existió. En "Notas al canto del Turia", un valenciano dieciochesco
comentaba sobre "la ventaja que damos e la lengua valenciana en cotejo de la catalana. La
distinción no la han podido comprender los que no son oriundos de estos reinos, motivo por el
cual han incurrido no pocas veces en el error de confundirnos, llamándonos equivocadamente
catalanes y mallorquines a los valencianos" (Ed. año 1778, p. 158). En este error caerán los invitados,
pues cualquier impreso oficial que lean -como los del Museo de Bellas Artes de Valencia- comprobarán
que están en barcelonés; no en idioma valenciano.
También debieran saber los Jackson y Friedländer que la calderilla procede en parte de la catalanización del
pueblo valenciano. Miles y miles de alumnos son coaccionados todos los años por maestros inmersores para que
adquieran libros editados por la empresa del mecenas, como "La flexió verbal" de Enric Valor; obra que cuesta
1.500 pesetas -editada en papel corrientucho y sin fotografías- y va por la 22 edición (hagan, hagan
cuentas, multipliquen por 20 ó 40.000 alumnos y verán la lluvia de oro que vivifica al victimista).
EI librito dice a los niños, por ejemplo, que la forma verbal "pateix es preferible a patix, que no tiene
tradición literaria" (p. 8). Qué raro, pues los cultos valencianos forales como Mossén Porcar escribían: "la
necessitat que patix la Corona de Valencia" (Dietari, any 1624, f. 445); y "patixen" (f. 525). EI negocio
marcha. Toneladas de "La flexio verbal" en catalán esperan mutarse en millones, muchos millones, en el
presente curso 98-99; pues la inmersión también obliga a comprar otros productos de la factoría, como
"La Llengua dels valencians" (creo que va por la 15 edición), curioso amasijo de martingalas inmersoras
ya comentadas en otro artículo.
No sé si en el homenaje a Pompeu Fabra se recordará la época en que el químico admiraba al idioma valenciano
moderno. Todavía en 1912 era partidario de -según declara- oponer "vaig a Barcelona a vixc en
Barcelona, tal com fa el valencià modern" (sic). Pompeu Fabra aceptaba el concepto de "valenciano
moderno", y sabía que la lengua valenciana se filtraba benéfica por la cuña geográfica hasta Lérida,
ciudad donde el alumnado y profesorado valenciano fue constante desde el 1300 hasta el 1714. Por si el
señor Friedländer o la señora Anne Brenon tienen dudas, les diré que los propios catalanes reconocían
este hecho, como prueba que el catedrático catalán Diego CisteIler, de la Universitat de Lleida, en 1636
comentaba que los religiosos del Reino "predican en Valenciano en Cataluña, y explican en
Valenciano los mandamientos en los púlpitos". Y no se refería a la misma lengua, pues en el primer
folio aclara que las leyes están en idioma valenciano en Valencia; y en catalán, en Cataluña (Cisteller:
Memorial en defensa de la lengua catalana, Tarragona 1636).
La influencia de lengua valenciana sobre la franja de Tortosa a Lérida perduró hasta 1939, cuando los gramáticos
partidarios del general Franco controlaron el Institut d,Estudis Catalans y la Revista Valencia de Filología. Todavía
en 1934, el catalán Joan Moreira publicaba obras donde podíamos saborear el idioma del Reino, filtrado más allá del
Cenia, en la franja tortosina-leridana: "Era el trinquet un rectàngul d'uns 18 a 20 metros d'ample, cobert
per la part de la falta i flares, i descoberta I'atra mitat" (Folklore tortosí. Tortosa 1934, p. 249). Señores
Friedländer, Jackson y señora Brenon: ése era el idioma valenciano moderno que aludía en 1912 el
homenajeado Pompeu Fabra, la misma lengua que ahora es perseguida por los que presumen de cultura
y tolerancia; aunque su ideal sólo anhela el ticlín, ticlín de la calderilla.