Miloches y cacherulos d´abaecho
Ricardo García Moya
Más allá del horizonte de las playas de Benicarló, Malvarrosa o Postiguet se hallan nuestras raíces culturales, no al norte. En algunos lugares de Grecia, todavía los niños ortodoxos salen al campo y vuelan cometas el Domingo de Pascua, estrellando huevos hervidos pintados de rojo en la frente amiga. De los griegos, a través del latín, nos llegó al idioma valenciano la voz "cometa"; presente en versos de Roig: “set planetes ab set cometes” (Espill, 1460), y en prosa de Canals: “com la cometa apareix en lo cel” ( Scipió, h.1395). Vocablo culto, aludía a los misteriosos cuerpos celestes de cola luminosa, aunque los castellanos llamaron con igual nombre al juguete volador de cañas y papel.
Los valencianos crearon los sustantivos “milocha” y “cacherulo” para este artilugio que coloreaba el cielo del Reino en Pascua. Podían ser simples “miloches paregudes a un triangul de paper”, o de compleja estructura; otras, en forma “dabaecho”, contrastaban con los hexagonales “cacherulos" decorados sobre la tela o papel. Por cierto, la valencianización morfológica del sustantivo “abadejo” -también castellano y de tardía aparición-, se inicia en el XVII con la plasmación gráfica de la africada sorda: “lo abadecho" (Porcar: Coses evengudes, 1623, f.408); “abadechos com la esquena" (Coloqui de la mosa, h.1790); culminando en el XIX con la característica supresión intervocálica: “abaecho” (Liern: Telémaco en lAlbufera, 1868); “per la nit, abaecho” (Escalante: La senserrá del mercat, 1871); “ansisam de tomata y abaecho” (Millas: Els microbios, 1884). Este proceso de creación de voces es el natural en todas las lenguas, aunque a nuestros amos de Cataluña no les place su aplicación por los blandos indígenas de su colonia sureña.
Las grafías “milotxa” y “catxerulo” han sido introducidas por el fascismo catalanero. La primera vez que aparece el sustantivo “milocha” es en idioma valenciano, aludiendo al “aquila oripelargus” en la prosa renacentista de Palmireno (1524-1579), catedrático de la Universidad de Valencia. Conocedor de lenguas clásicas y modernas, en sus vocabularios ofrecía nombres en “latín, castellano, valenciano, francés o lengua portuguesa”, aunque en los sustantivos de frutas, licores y simientes se limitó a las lenguas de la Corona de Aragón: “castellano, valenciano, aragonés o catalán”. Tras la publicación del Vocabulario en Valencia, se reedite en Barcelona con la grafía correcta en las voces valencianas: “carchofa, táperes, baladre, chufa, pechina...”, que incluía las ornitológicas: saura (grajo), abellerol, milocha..,” (Palmireno: Voc. del Humanista. Barcelona, 1575). La silueta del ave se asoció al juguete volador, estando arraigada la polisemia de “milocha” a fines, del XVI en el idioma valenciano, no en catalán. En el manuscrito de Porcar leemos que el 26 de abril de 1606, desde el puente de Serranos, se veía una “milocha ab la figura de S. Vicent” (Porcar: Coses. 1606 f.104). La cuerda se enganchó y el juguete cayó al Turia. El mismo Porcar cuenta que el tercer día de Pascua de 1614, un niño que volaba otra “milocha” falleció al caer del terrado.
En el siglo de la ilustración se respetó la grafía correcta: “una milocha, si els tironets no te apunt” (Bib. Nic. Primitiu. Ms. 419, h. 1790); y en el XIX, la voz aparece frecuentemente en el teatro popular: “la milocha en poc fil” (Baldovi: Un fandanguet de Paiporta, 1855); “Peransa, per mal nom la Milocha” (Lladró: La demaná de la novia, 1858); “a volar la milocha” (Liern: La mona de Pasqua, 1862 ); “milocha” (Escalante: Matasiete, 1884); “una milocha” (Borrás: El estudi dun pintor, 1886); "miloches” (Barber y Ras: De Valencia al Grau 1889). En el diccionario de la RACV se mantiene “milocha / miloches” con la ch clásica, mientras que los taranconitos de la academia de Ascensión corrompen la voces con la grafía “tx”, tal como les ordena el Institut dEstudis Catalans.
A fines del XIX se observa un incremento en el uso de “cacherulo”, sin que por ello desaparezca la “milocha” renacentista: “cacherulo” (Millá: Retratos al viu. 1884) “cacheruler: el que hace cometas” (Escrig 1887); “a boqueta nit el cache-rulo” (Llombart: Festes de la terra del che,1878); “damunt dun cacherulo” (Thous: De Carcaixent y dolses. 1896); “son els cacherulos” (Meliá: Com els cacherulos, Valencia 1924). El sainetista Escalante, hacia 1870 y en los versos de La mona de Pasqua, usa los dos sustantivos: “miloches blanques / y vistosos cacherulos”. En 1911, el Círculo de Bellas Artes convocaba un concurso de “mones y cacherulos”. La exposición se inauguró el “pasquero” 16 de abril, ganando el primer premio “El bufat de tres cacherulos”. Existe, por tanto, una tradición en la ortografía valenciana respecto el uso de la palatal africada sorda “ch” en estas voces. Curiosamente, el humanista Palmireno ofrecía los nombres de “milocha” y “abellerol”, siendo esta la primera documentación del abejaruco en valenciano, voz que
llegaría a Cataluña con la edición del citado Vocabulario y, también, con la del Thesaurus que Pou compuso en Valencia y que posteriormente reeditaría en Barcelona. Al ser un diccionario trilingüe, el catalán Pou ofrecía la valenciana, la latina y la catalana “bayarola", hoy sustituida por la primera.
Sin llegar al lirismo de Ausias March y sin alcanzar la espiritualidad de San Juan de la Cruz, nuestro Constantí Llombart también se elevaba o “empinava” por las cumbres de la finor, con metáforas donde la "milocha” y “els abellerols” se asocian al solaz de jóvenes valencianos: “Per Pasqua, allá en la Pechina, / volant Llorens la milocha, / li digué a una chica rocha: ¡¡Petra, ma com me sempina!” (Llombart: Abelles y abellerols, Valencia 1878). Los poetas del costumbrismo regionalista dominaban el recurso de la dilogía o diáfora, usando el doble sentido de palabras o frases para provocar sorpresa e hilaridad; además, la morfología valenciana del XIX adquiere complejidad al plasmar síncopas verbales que asustan al IEC, pero que fueron aceptadas por los filólogos que remodelaron el diccionario de Escrig en 1887: “Ma: síncopa de la 1ª per. del sing. del presente de indicativo del verbo mirar”. Y hablando de sorpresas, hay que incluir como tal que el etimólogo Corominas Manos-largas no nos mangue un vocablo del idioma valenciano y, asépticamente, lo diferencie del catalán: aunque, la verdad, huele a chamusquina... en fin, lean lo que dice: “Refuerza el supuesto de un mozarabismo el hecho de que en valenciano, no en catalán, se dice cagarrita" (DECH) El verbo que inicia el sustantivo nos es familiar; pero la terminación, no sé, si Rita Barberá hubiera vivido en otro tiempo..
Diario de Valencia 31 de Marzo de 2002