La lengua valenciana en el Madrid botifler
Ricardo García Moya
Altera la historia inmersora, pero es un hecho que después de 1707 se representaban
e imprimían comedias donde la lengua valenciana estaba presente. En 1713 se estrenó
en el corral de la Cruz una obra sobre Benet de Benimaclet, superándola en interés "La
charpa más vengativa", impresa en 1747 en la madrileña calle de la Paz. Esta comedia
de Luis Vallés desarrollaba su acción en el Reino, siendo protagonista Baltasar Llorca,
"labrador valenciano de Villajoyosa", huido de la justicia por lances de honor.
El texto contiene neologismos como la voz guapo. Aparecida hacia 1650 en las neolatinas
hispánicas, significaba valor y chulería; no obstante, en esta obra se usa en su acepción moderna,
al preguntar un cuadrillero a una moza: "Miram ¿no soc molt guapo?" (f.9). Quizá es la primera
documentación del adjetivo con acepción estética. En castellano y catalán aparecería esta
variable semántica a fines de la centuria. El autor acomodó el texto para la comprensión
del espectador madrileño; de ahí que un roder de Torrente apodado Albudeca explique
el significado del mote a Leudomia, una sirvienta cuyo nombre es valencianizado
irónicamente por el torrentí: "Lleudomia de les Lleudomies". Quizá era castellana, ya que
su ama Francisqueta y las amigas -todas de Vila Joyosa- hablan valenciano en la
comedia. El de Torrente, con guasa, explica: "Albudeca es la especie de melones más
infame que en Valencia criamos; cuando cosa mala soy, quiero Albudeca llamarme".
Este arcaísmo, que los cruzados de Jaime I oirían por primera vez en Valencia, era el nombre
de una "especie de melón aguanoso y desabrido" (Escrig, 1887). El vocablo se extendería por
Tortosa hacia el norte, aunque el catalán Eiximenis todavía citaba "albudeques" como
valencianismo en el siglo XVI. También Esteve recoge en el "Thesaurus valenciano" de
1489 este derivado de buttáiba, transformado por los mozárabes en albudeca; de igual
modo que buhäira devino en albufera. Los madrileños de 1747 escucharon el idioma
valenciano en frases como estas: "Hermosa mes que ta mare ¿no em fas alguna
festeta? ¿no em dius aglunes paraules?" (f.8). En la comedia visten "a lo valenciano",
aunque los labradores de 1747 son calderonianos alejados del folclorismo vegetativo de
traca, pet, paella y obedecer al que manda. Armados hasta los dientes, a la mínima
ofensa se enfrentaban a la borbónica Ronda Volante del Reyno que patrullaba entre las
alquerías de Vila Joyosa, Elig y la mística Oriola ("o casarte con Feliu, o ser monja en
Orihuela", f.14), zona que el Madrid actual insiste en llamar Levante, burlando la
denominación histórica y destruyendo raíces.
La comedia acaba bien. Baltasaret, "la charpa más vengativa en el Reyno de Valencia" (f.15) es
indultado, aunque debe alistarse en el ejército que lucha en Gibraltar. La valencianía del ambiente
brota en la última escena, cuando en el teatro madrileño resonaban tabales y dulzainas en "la
entrada de las casadas y doncellas de Villajoyosa" hablando en valenciano: "Chiques, anem que
ya toquen el tabalet y donzayna" (f.20). Dispuesta a danzar, una joven de Villajoyosa proclama
su valencianía: "No fuera yo valenciana si no saliera a bailar"(.20).
En 1746 se representa en Madrid la "Comedia nueva del más heroico valor y temido
valenciano Mathias Oltra", de Tomás Manuel Carretero. En ella, los Oltra de Mulvedre,
Grifol, Vicenteta, Moreno de Liria y Córcova van "vestidos a lo valenciano", hablando
léxico como melón de Alcher, corbellot, troset, chirivia, breva, Grao y, como en la otra
obra, albudeca. En una escena pregunta el Virrey: "¿Son del Reyno?" (f.13), y es que en
toda España, al decir Reino se asociaba al de Valencia. En otro pasaje, Moreno de Liria
exige la consigna: "¿Quién va?", contestándole Grifol "¡San Vicente Ferrer!". Al
aproximarse Matías sólo dice parte de lo acordado: "¡San Vicente!", a lo que el Moreno
pregunta: "¿De qué?", replicando Oltra: "¡Ferrer! ¿No lo he dicho?"(f.21). Un detalle
curioso es que las valencianas llevaban pistolas.
Todavía en 1764, entre calores agosteños, volvía a representarse "La charpa más vengativa"; pero
algo había cambiado. Humildes valencianos de Alboraya o Alicante llegaban a Madrid con agua de
cebada y horchata. El prototipo de orgulloso Baltasar Llorca fue sustituido por el de pragmático
heladero ambulante vestido con "sarahuells". Una partitura madrileña de 1770 alude a
nuestros entrañables antepasados: "el valenciano ligerito de ropa y siempre fresco"
(Tonadilla del valenciano. Madrid, año 1770). Cantada a tres voces con
acompañamiento de violín, flauta y contrabajo, el letrista castellano dejó testimonio del
uso de la lengua valenciana por las calles de Madrid. El vendedor gritaba "¡Zevada (sic)
que refresca qui veu ¿Qui vol refrescar?" (id.). A mitad de la pieza, el cantante
interpretaba "la toná dita del valenciano: Per un carrer de Valencia...".
El idioma valenciano tenía en Madrid sus lectores, pues los coloquis llegaban a las bibliotecas de los
ilustrados madrileños y se editaban. En 1787 salía de la imprenta madrileña de Manuel González
un coloquio de largo título: "Els dos amics Nelo y Quelo: Heráclito y Demócrito del
present sigle per lo terme, pues nelo plorant y Quelo rient...". No sólo en Madrid se
respetaba la existencia de la lengua valenciana, en la misma Cataluña y en pluma de los
más cualificados eruditos se dejaba constancia de ello. En 1753, el cisterciense
barcelonés Jaume Finestres escribía: "pusieron entallado en la piedra un letrero en
lengua valenciana, que vuelto a la castellana decía..." (Finestres: Historia del Real
Monasterio de Poblet, Cervera 1753, p.94)
Ahora, en el 2001, los comisarios de la Generalitadt obligarían al heladero que cantaba la toná a
pronunciar tonada, sin apócope, como en castellano y catalán. También le impondrían barbarismos como
tona, sustituto del vocablo valenciano tonellá (tonelada); y al padre Finestres, erudito catalán, le pondrían
el sambenito de secesionista blavero. Pero la documentación está ahí, aunque la inmersión la oculte: Luis
Vallés y Tomás Manuel Carretero conocían y usaban la lengua valenciana en el Madrid borbónico.
Hoy, con millares de maulets parásitos, el idioma valenciano está prohibido.
Diario de Valencia 5 de Marzo de 2001