El `tabac´ no perjudica la salud
Ricardo García Moya
La Generalitat Valenciana, incansable, acosa a los escolares con anuncios en catalán sobre los efectos nocivos del “tabac”, y les aseguro que es falso: ningún “tabac” produce enfermedades broncopulmonares; aunque sospecho que los comisarios olvidan que en idioma valenciano “tabac” es un cesto, generalmente de mimbre, sin relación con los productos cancerígenos de la “Nicotiana Tabacum”. Procedente del árabe “tabac”, equivalente a “panereta”, dice Corominas que es vocablo “valenciano desde Lamarca, año 1842” (DECLLC); pero no es cierto. Las voces de origen árabe no venían del condado levantino al Reino de Valencia, sino al contrario; el sustantivo lo tenemos documentado antes de la fecha dada por el despistadillo etimólogo catalán: “en les mans tenía un tabac” (Corella: Obres, 355, h. 1460); “tabacs o paneres” (Pou: Thesaurus, 1575); “en un tabaquet de faena trobaria tres sous” (Ayerdi: Noticies de Valencia, 1661); “un tabáquet “ (ACV. Ms. Melchor Fuster, h, 1680); “con la pera en lo tabac” (Escalante: A la vora de un sequiol, 1870); “un tabaquet ple de draps” (Balader: El pare alcalde, 1871); “tabac: cestillo de mimbre” (Escrig: Dicc. 1887). Los valencianos no eran tan brutos como para fumarse el “tabac”, cesta donde el pescador guardaba anzuelos y cebo; o las señoras ponían pan, frutas, flores, aguja e hilos de bordar, etc.
Está claro que el “tabac” no se fumaba, pero la voz “tabaco” tropieza con la consigna catalanera de que una palabra valenciana no puede ser igual a otra española. Los catalanes sí pueden tener en su idioma la voz “patata”, como en español; pero no admiten que en valenciano conservemos la voz “tabaco”, pese a ser la usada por nuestros antepasados: “no puga vendre lo tabaco, tant de fum com de pols” (Llibre. Estab. Peniscola (sic), any 1698); “pera 1 lliura de tabaco” (Llibre de contes de St. Cristofol de Benasal, h. 1760); “no val una pipada de tabaco” (Galiana: Rond. 1768); “com el tabaco que nos venen en lestanc” (Coloqui de una valencianeta Imp. Mariana. 1854); “de vore en lo meu estanc tan bon tabaco” (Baldoví: Un fandanguet en Paiporta, h. 1855); “tabaco de fum, tabaco de fulla, filipí, negre…” (Escrig: Dicc. 1887). A partir de estas fechas, los sumisos floralistas catalanizaron el vocablo, aunque el pueblo seguiría con la forma genuina. También el derivado “tabaquer” diverge del catalán “tabacaire”, siguiendo la ley morfológica que opone a los valencianos pollastrer, peixcater y creiller, los catalanes pollastraire, pescaire i patataire; aunque los del IEC, astutos, están valencianizando su morfología como táctica para la total deglución de nuestro idioma (y el bicarbonato lo da San Zaplana).
El consumo de “tabaco de pols… para sorberlo por las narices“ (Escrig, 1887), se generalizó en el Reino de Valencia, estableciéndose tasas como las que impuso Peniscola (sic) en 1698 para al “tabaco, tant de fum com de pols” (Llibre Est. 1 abril 1698). El producto “de pols” tuvo efectos colaterales en la semántica, pues la expresión un “echar un polvo” aludía en un principio a echar “tabaco pols” o rapé sobre la manó para aspirarlo; pero la costumbre de “echar el polvo” en salones retirados, donde los caballeros dialogaban íntimamente sobre lo divino y humano, fue aprovechado para otras actividades. En el XIX, como vemos en versos de Ventura de la Vega, “echar un polvo” adquiría la chocante polisemia.
El placer de fumar asociado a un acontecimiento festivo estaba arraigado. En el “Coloqui de Rafelo de Picasent y Toni de Alcáser” (any 1813), los protagonistas muestran su gozo por la huida de las tropas napoleónicas: “Pues ara fes sis sigarros / y fumarem a dos mans, / ya que tenim el tabaco / que casi es pot dir donat”. Toni de Alcáser está exultante por la baratura y abundancia de estos géneros, dando a entender que se debía “als inglesos”, aliados del Reino de Valencia, que habrían ayudado a paliar la penuria posbélica: “Lo més barato en lo dia / es el tabaco y lo pa”. Dato interesante es que el sustantivo valenciano “pataqueta” se documenta aquí, creo, por vez primera: “sis pataquetes”.
El texto es rico en léxico del valenciano moderno: nosatros sigam bons, entra en Valencia y vorás, cumplixca, se acachá tot lo mon, chagans y nanos, no els ampara…”. En el coloqui se mantiene aquel topónimo que los mozárabes valencianos usaban antes del 1238 (Murvedre. Morvedre, Molvedre); hablándonos Toni del “Castell de Molvedre”. Los arbarismo prefieren Sagunto.
El negocio del fumar generó la aparición de la excitante cigarrera que, para los caballeros del 1800, equivalía a una empleada de El Corte Inglés para Carraszaplanacosa. Es curioso la atracción que ejercían las obreras de las fábricas de tabaco para los músicos, dramaturgos y señores de la tercera edad. La literatura valenciana se ocupó del tema desde la óptica de la ironía, opuesta al dramatismo sangriento y taurino de Merimée. En la fábrica de Valencia comenzaba el espectáculo a la salida en tropel de un pequeño ejército de vociferantes cigarreras armando gresca, sudorosas y con media teta al aire, después do agotadoras jornadas. Una cigarrera valenciana, la SaIá, resumía su Iabor: “Fent puros pasem la vida / fulles y fulles rollant; / nosatros els fem, y uns atres / sels fumen en acabant” (Barber: De Valencia al Grau, 1888).
Primer colectivo femenino del naciente proletariado, las cigarreras estaban orgullosas de la relativa independencia que su estatus social les proporcionaba. El sainete valenciano ha incidido una y otra vez en el choque entre los calenturientos adultos y el desparpajo de estas trabajadoras que apenas alcanzaban los 20 años.
En “De Valencia al Grau”, unos carcamales se alborotan ante la salida de “les chiques de la Fábrica de Tabacos” (p. 20), iniciando punzante diálogo con “les sigarreres”. Una, entre risas, impreca a Colau: “Agüelacho mata puses, tinga entés questa barca te patró”. Al piropo de “coca fina”, otra cigarrera contesta: “Coca que no tastará, ni vosté ni el companyero, perque no tenen quixals”. Los ancianos, embelesados, exclaman: “El arbar son estes chiques… grahueres”. Con doble sentido, la Salá canta: “Tinc un novio que se fuma / lo milloret de la Fábrica, / y en quant li done a fumar, / de tant gust li cau la baba, / el tabaco danya el pit / y yo dic que aixó… “(p. 23).
Hace meses, el gobierno mandó a tomar por el saco la centenaria Fábrica de Tabacos de Valencia, aquella de donde salían las mensuales cigarreras.
Su actividad y puestos de trabajo los trasladaron a otra ciudad más querida por los mesetarios.
Además, nuestra invicta Generalidad ha editado un Vocabulari de arbarismos donde prohíbe el sustantivo valenciano “tabaco” e impone “tabac”, tal como ordena el IEC.
Diario de Valencia 16 de Junio de 2002